” “Ahora estoy empezando mi tercer diario del año”, escribe Francisca Márquez en agosto de 1973, casi un mes antes del Golpe de Estado que instauró la dictadura cívico-militar en Chile. “Antes me duraba un año cada diario. Y ahora como 4 meses cada uno, ya tengo tantos diarios que los estoy guardando, porque a lo mejor cuando grande hago algún libro”. Francisca tiene 12 años y su diario abre una ventana desde la cual podemos vivir el Chile de 1973. Nada sabía Francisca de lo que iba a suceder el 11 de septiembre. Su escritura no proviene de un deber histórico. Escribía porque no podía parar de hacerlo. Tanto, que incluso pide perdón cuando lo olvida. El diario aparece como un amigo o amiga que escucha y que contiene. Un manuscrito que permite escuchar la voz de los niños, silenciada por las múltiples voces adultas que han intentado explicarnos una y otra vez lo que ocurrió ese fatídico año. Una niña que tiene su propio juicio ético (“Yo creo que Allende es bueno y que puede pensar lo que quiere”), y que al mismo tiempo adora a Ana Frank y desprecia a Jane Eyre, junta las láminas del álbum del programa Música libre, se enamora de su vecino y pelea con sus hermanas. “